Aquiles Nazoa, escritor, periodista, humorista y dramaturgo
venezolano, nació como hoy 17 de mayo de 1920 en Caracas. Se le recuerda
por sus obras y por su programa de televisión ‘Las cosas más
sencillas’.
Sus inicios como aprendiz de
carpintería, bodeguero y botones en un hotel caraqueño influyeron en su
humilde personalidad y su nacionalismo puro, el cual dejaba claro en
cada poema escrito con palabras natas de la jerga venezolana.
Entre sus obras dedicadas a los niños se encuentran “La avispa ahogada”, “El burro flautista” y “Caballo de Manteca”, de las cuales el poeta aludía “los escritores subestiman al niño al escribir para ellos en una forma diferente. La poesía es una sola y la sienten y disfrutan los niños por igual”.
Entre sus obras dedicadas a los niños se encuentran “La avispa ahogada”, “El burro flautista” y “Caballo de Manteca”, de las cuales el poeta aludía “los escritores subestiman al niño al escribir para ellos en una forma diferente. La poesía es una sola y la sienten y disfrutan los niños por igual”.
Aquiles Nazoa estuvo exiliado en
Bolivia en los tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez, sin embargo
aprovechó este tiempo para contar la realidad de este país y agudizar su
visión con respecto a la cultura latinoamericana.
Además de sus obras relacionadas con
la poesía, Nazoa produjo trabajos en prosa que incluyen especialmente su
ensayo de 1961, Cuba, de Martí a Fidel Castro; Caracas, física y
espiritual (Caracas, 1967), que ganó ese mismo año el Premio Municipal
de Literatura del Distrito Federal y trabajos de crítica de arte (Mirar
un cuadro, Humorismo gráfico en Venezuela); así como numerosas
conferencias de divulgación cultural. También en 1966 publicó una
compilación titulada Los humoristas de Caracas. Durante la década de los
70, además de preparar libros como La vida privada de las muñecas de
trapo, Raúl Santana con un pueblo en el bolsillo y Leoncio Martínez,
genial e ingenioso(publicado después de su muerte), dicta charlas y
conferencias, mantiene un programa de televisión titulado Las cosas más
sencillas y proyecta la formación de un grupo actoral que pusiera en
práctica el «Teatro para leer».
Muere en un accidente de tránsito en
la autopista Caracas-Valencia. En su memoria se creó por proposición de
Pedro León Zapata, la cátedra libre de humorismo «Aquiles Nazoa»,
inaugurada el 11 de marzo de 1980.
Al momento de su muerte, el ilustre poeta se encontraba escribiendo tres libros: “Navegantes de Colores”, “Genial e Ingenioso” y una recopilación de poesía lírica, con el título Amigos Jardines y Recuerdos; los cuales fueron finalizados por escritores cercanos a él.
Credo
Creo en Pablo Picasso, Todopoderoso, Creador del Cielo de la Tierra;
Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones,
que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo,
pero que cada día resucita en el corazón de los hombres,
Creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable,
Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa,
Creo en la cualidad aérea del ser humano,
configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose
como una Purísima paloma herida bajo el cielo del mediterráneo;
Creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente
debajo de la almohada de mi niñez;
Creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música,
yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de Fauré,
salir liberada y radiante de la dulce Eurídice del infierno de mi alma,
Creo en Rainer María Rilken héroe de la lucha del hombre por la belleza,
que sacarificó su vida por el acto de cortar una rosa para una mujer,
Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia,
Creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar;
Creo en un barco esbelto y distantísimo
que salió hace un siglo al encuentro de la aurora;
su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles,
junto a sus sienes un resplandor de estrellas.
Creo en el perro de Ulises,
en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas,
en el loro de Robinson Crusoe.
Creo en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta,
el Beralfiro el caballo de Rolando,
y en las abejas que laboran en su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero.
Creo en la amistad como el invento más bello del hombre,
creo en los poderes creadores del pueblo,
Creo en la poesía y en fin,
Creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.
Amor, cuando yo muera...
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,
ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras «pataletas»
que al vecindario alarmen,
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.
No te sientes al lado de mi cajón mortuorio
usando a tus cuñadas
como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!
Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito dictamine,
observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:
Yo quiero ser un muerto
como los de Neruda;
y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos esülo Julio Florez!
No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»
cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de
indiscreta a curiosear el nombre que üene la tarjeta.
No grites, amada, que te lleve conmigo
y que sin mí te quedas
como en «Tomo y obligo»,
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.
Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;
no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,
ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras «pataletas»
que al vecindario alarmen,
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.
No te sientes al lado de mi cajón mortuorio
usando a tus cuñadas
como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!
Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito dictamine,
observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:
Yo quiero ser un muerto
como los de Neruda;
y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos esülo Julio Florez!
No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»
cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de
indiscreta a curiosear el nombre que üene la tarjeta.
No grites, amada, que te lleve conmigo
y que sin mí te quedas
como en «Tomo y obligo»,
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.
Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;
no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!
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