POR David Wallace-Wells
El planeta ha pasado de una aparente estabilidad a estar al borde de la
catástrofe en los años que dura una sola vida humana. Emitimos CO2 a una
velocidad cien veces superior al de cualquier otro momento de la
historia

Es peor, mucho peor, de lo que imaginas. La lentitud del
cambio climático es un cuento de hadas tan pernicioso quizá como el que
afirma que no se está produciendo en absoluto, que nos llega agrupado
con otros en una antología de patrañas tranquilizadoras: que el
calentamiento global es una saga ártica que se desarrolla en lugares
remotos; que se trata más que nada de una cuestión de niveles del mar y
litorales, y no de una crisis envolvente que no deja lugar intacto ni
vida sin deformar; que es una crisis del mundo «natural», no del mundo
humano; que estos son dos mundos distintos, y que hoy en día vivimos en
cierto modo fuera de la naturaleza, o más allá, o como mínimo protegidos
de ella, y no ineludiblemente en su seno, y literalmente desbordados
por ella; que la riqueza puede servir de escudo contra la devastación
del calentamiento; que la quema de combustibles fósiles es el precio de
un crecimiento económico continuado; que este, y la tecnología que
produce, inevitablemente encontrará el mecanismo para evitar el desastre
medioambiental; que hay en el largo devenir de la historia humana algún
parangón para la escala o el alcance de esta amenaza, algo capaz de
infundirnos confianza a la hora de hacerle frente.