Negación del golpe de Estado, encubrimiento de la ola represiva que desató el gobierno de facto, edulcoración del carácter racista de la camarilla golpista, criminalización de Evo Morales y de sus partidarios y desvío de la atención hacia Venezuela son algunas de las líneas maestras que la pandilla mediática global ha lanzado para consolidar el írrito cambio de Gobierno en Bolivia.
La
maquinaria comunicacional funciona, como de costumbre, en alianza con
el Gobierno imperial estadounidense, las grandes corporaciones
económicas, los organismos multilaterales, las oligarquías locales y las
falsas organizaciones no gubernamentales.
Los
medios de comunicación al servicio del capitalismo hegemónico global
siempre actúan como una organización, pero en circunstancias especiales
como las que vive el neoliberalismo en América Latina y otras regiones,
ese carácter de pandilla se refuerza.
Revisemos cuáles son estas líneas en el caso actual de Bolivia.
Negación del golpe de Estado
El
punto central de la estrategia mediática ha sido negar que lo ocurrido
sea un golpe de Estado, a pesar de la violencia ejercida contra el
presidente Morales, sus principales colaboradores, los familiares de
todos ellos y la población indígena y pobre en general.
Con
argumentos leguleyescos y obviando una victoria electoral por más de
diez puntos porcentuales en unas elecciones supervisadas y auditadas por
entes internacionales, el cartel de medios ha tratado de imponer la
tesis de que no hubo golpe.
La
prensa ultraderechista española ha llevado la voz cantante en estas
argumentaciones. Un reportaje del diario La Razón asegura que no hubo
golpe porque los comandantes militares no tomaron directamente el poder.
Otros, como la BBC de Londres, un poco más discretos, optaron por
titular en forma de pregunta (¿Hubo golpe de Estado en Bolivia) para
contribuir a generar la duda.
Luego
de varios días, como ya es su costumbre, la cadena CNN pareció salirse
de la banda y publicó algunos trabajos de opinión, como el del sociólogo
argentino Pedro Brieger, en los que se afirma que por más eufemismos
que quieran utilizarse, lo ocurrido fue un golpe de Estado.
Encubrimiento de la ola represiva
El
aspecto más deplorable de la concertada matriz mediática es el
tratamiento que recibe la ola represiva que se ha desatado contra el
pueblo boliviano que protesta en las calles y contra los seguidores de
Evo Morales, de manera sistemática.
Esta
parte de la estrategia va desde el ocultamiento mediante el silencio
informativo hasta la abierta complicidad para el encubrimiento de lo que
está pasando.
Los
medios relativizan los hechos y le otorgan todo su espacio o tiempo a
fortalecer las versiones del gobierno de facto, de que se trata de
responder a graves agresiones contra la fuerza pública.
La
postura a favor del golpe ha sido tan determinada que los medios han
dado el visto bueno a uno de los decretos más atroces en la larga
historia de la represión latinoamericana, el que autoriza a los
militares y policías a cometer cualquier exceso en la contención de las
manifestaciones. Vergonzosamente, la prensa alineada en esta estrategia
ha callado ante ese desafuero y, en muchos casos, lo ha apoyado
abiertamente.
El
tratamiento benevolente de la criminal represión toma formas
discursivas muy claras. Por ejemplo, el diario El País tituló “Al menos
nueve manifestantes mueren en duros choques con las fuerzas de
seguridad de Bolivia”. La cuidadosa redacción elude decir que fueron
abatidos por las fuerzas de seguridad (opta por decir que ellos
“mueren”) y, no conformes con eso, acotan que los enfrentamientos fueron
duros. El uso de la palabra “enfrentamiento” hace pensar en una
confrontación pareja, de alguna manera.
Solo
a manera de ejemplo comparativo, en junio de 2017, la muerte del
adolescente Neomar Lander fue calificada de inmediato como producto del
impacto de un proyectil disparado por la Policía Nacional Bolivariana.
El Ministerio del Interior informó ese día que Lander empleaba uno de
los peligrosísimos morteros de PVC que se usaron intensamente en los
cuatro meses de protestas de ese año. El arma artesanal habría explotado
en sus manos, destrozándole el pecho. En esa oportunidad, la nota de El
País descartó de entrada esa hipótesis señalando que era desmentida por
los videos. El periódico español sentenció así, sin necesidad de
experticias técnicas ni procesos judiciales, a la PNB como autora de un
asesinato.
Edulcoración del carácter racista de la camarilla golpista
La
maniobra sigue empantanándose en lo meramente delictivo cuando se hace
un trabajo de edulcoración del carácter palmariamente racista de la
camarilla que ha dado el golpe de Estado.
Actitudes
que serían condenadas como crímenes de odio e inaceptables actos de
discriminación étnica en todos los países que se postulan como
democracias ejemplares, en Bolivia son relativizadas por el aparato
mediático que las presenta como una suerte de revancha merecida contra
los indígenas.
La
labor de lavado de reputaciones llega a niveles oprobiosos. Por
ejemplo, otro diario madrileño, El Mundo, presentó una alegre semblanza
de la autoproclamada Jeanine Áñez en la que se destaca su carisma y se
le denomina “la Angelina Jolie boliviana”.
Al
margen de los atributos que Áñez pueda o no tener como dirigente
política, tal enfoque es una flagrante vileza si se considera que la
mujer a la que se presenta de este modo farandulero es la misma que está
usurpando el poder y ha decretado la impunidad de los delitos de lesa
humanidad. Todo ello sin hablar de sus antecedentes racistas o, más
bien, endorracistas porque ella misma es, a todas luces, mestiza.
Criminalización de Evo Morales
Otro
punto de la agenda que cumple a cabalidad la patota mediática es el de
criminalizar a Evo Morales y tratar de someterlo al desprecio público.
La
primera forma de hacerlo ha sido decir que fue él quien perpetró un
golpe de Estado, al insistir en postularse a la reelección. Se pasa
completamente por alto el hecho de que una sentencia del Tribunal
Constitucional lo autorizó a ello. Tampoco se considera el hecho de que,
aún si ese fuera el caso, hubo unas elecciones en las que Morales
obtuvo mayoría. Tampoco se incluye en el análisis que el presidente
aceptó repetir las elecciones ni tampoco que luego renunció para evitar
males mayores. Todas esas acciones de él deberían haber permitido que la
crisis se resolviera constitucionalmente, pero la decisión de las
fuerzas conjuradas era el golpe de Estado. No obstante, en los medios
agavillados se insiste en que no fue un golpe sino una restitución de la
vía constitucional.
Otra
estratagema en la que se han asociado es en hacer ver al país y al
mundo que Morales es un corrupto, que vivía con grandes lujos. Fue
depravado el show que se montó alrededor de la supuesta “lujosísima
habitación” que ocupaba Morales, la cual por cierto invadieron con esos
aires de plaza tomada que en Venezuela conocimos en 2002, luego de la
clausura de Venezolana de Televisión por parte de los medios que
avalaban el golpe contra el comandante Hugo Chávez.
En
la “denuncia” de la suite de Morales se observa también el profundo
sentimiento racista que caracteriza tanto a la clase política
ultraderechista boliviana como a los medios que le hacen comparsa. Ni la
habitación ni el mobiliario son, en realidad, suntuosos. Pero se deja
colar el mensaje de que un indígena no debería dormir en un lugar como
ese.
Para
reforzar esa matriz de la vida ostentosa de Morales, la prensa mexicana
y la internacional que labora en el país azteca se ha dedicado a
mostrar los restaurantes donde ha ido a comer o el número de escoltas
que el gobierno mexicano ha dispuesto para su custodia.
Resulta
obvio que la intención es destruir moralmente al líder que, aún
derrocado y exiliado, resulta muy superior a los que han llegado al
primer plano merced a las acciones golpistas.
Desviar la atención hacia Venezuela
Ninguna
estrategia destinada a proteger a un gobierno neoliberal (sea este
legítimo o no) puede estar completa si no incluye gestiones destinadas a
desviar la atención hacia Venezuela. En esta oportunidad, esto ha sido
absolutamente descarado porque ni siquiera se trató de destacar más unos
hechos que otros. Para lograr este desvío, los medios llegaron a un
extremo absurdo en el discurso periodístico: tratar de darle más peso
noticioso a algo que podría ocurrir que a otra serie de acontecimientos
que ciertamente estaban ocurriendo.
El
jueves y el viernes, apoyándose en la impúdica actitud de voceros del
gobierno de Estados Unidos y de la alta comisionada de la ONU para los
derechos humanos, Michelle Bachelet, la pandilla mediática comenzó a
lanzar alertas sobre violaciones al derecho a manifestar que podrían
ocurrir en la marcha opositora del sábado 1X en Venezuela, es decir,
sobre hechos hipotéticos, mientras en Bolivia se reprimía sin medida en
tiempo presente a enormes movilizaciones de indígenas y campesinos.
La
gran esperanza de la caterva comunicacional era que en esa marcha de
Venezuela se produjeran al menos algunas escaramuzas y preferiblemente
incidentes graves para poder cambiar el foco con algún argumento
racional por delante. Por fortuna no ocurrió de esa manera, mientras,
por desgracia, la intensidad de la represión en Bolivia no ha hecho más
que aumentar hora tras hora.
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